Final. La Policía Federal se lleva detenido a Grajales Hoyos de la casa de Neuquén donde se escondía. Dijo ser prestamista./LMNEUQUEN-MARIA ISABEL SANCHEZ
En la noche del 20 de junio de 2013 la canchita de fútbol del barrio Los Naranjos, en el municipio colombiano de Dosquebradas, estaba llena de vecinos viendo un partido amistoso. De repente, de la nada aparecieron cuatro sicarios armados y comenzaron a disparar.
Tres muchachos terminaron heridos pero un cuarto, Julián David Ramírez Loaiza, de 24 años, murió al recibir un disparo en la cabeza. Enseguida se habló de un ajuste de cuentas narco: la víctima vivía en el vecino barrio San Diego, copado por banditas especializadas en la venta minorista de drogas.
Tres meses después, en la tarde del 19 de septiembre, el maestro de música Guillermo de Jesús Villa Pérez –responsable de la Banda Sinfónica de Dosquebradas– fue asesinado a balazos en el barrio San Diego.
Lo mataron de tres tiros al bajar de un taxi, porque se resistió a que le robaran un maletín en el que llevaba unos mil dólares en pesos colombianos, dinero que acababa de sacar de un banco.
Por ambos crímenes, la Justicia de Colombia comenzó a buscar a un joven de 22 años que, ya desde los 18, había sido señalado como miembro de una pandilla al servicio de la llamada banda de “La Cordillera” (ver “ La Cordillera...”).
La persecución demoró casi un año. Pero finalmente, vía Interpol, logró encontrarlo, aunque muy pero muy lejos de su casa: Johan Sebastian Grajales Hoyos fue detenido este mes en la Patagonia. Se había instalado en la ciudad de Neuquén y vivía con otros colombianos en una casa allanada por la Policía Federal en el marco de una investigación por venta de cocaína y marihuana.
De la misma forma en que antes lo habían hecho compatriotas mucho más pesados y glamorosos –como Ignacio Alvarez Meyendorff o Henry de Jesús López Londoño, alias “Mi Sangre” (ambos detenidos como supernarcos en Buenos Aires por pedido de Estados Unidos)–, Grajales Hoyos eligió la Argentina para esconderse. Y lo hizo en la casa de unos colombianos, ahora bajo investigación, dedicados al viejo negocio de la usura: ellos mismos, al declarar en indagatoria, se definieron como “prestamistas” y “cobradores”.
La circular roja de Interpol –por la que se pidió la captura de Grajales Hoyos con fines de extradición– sostenía que podía haber escapado a Chile, Ecuador, Panamá o Venezuela. Pero no, estaba a 5.000 kilómetros de su casa de Dosquebradas.
“Sebitas” –como lo conocen a Grajales Hoyos– entró legalmente a la Argentina poco después del crimen de Villa Pérez. Fue un homicidio que conmocionó a los vecinos de Dosquebradas, ya que el maestro de música era muy querido en su comunidad.
Con una visa de turista, el joven colombiano llegó al Aeropuerto de Ezeiza en octubre de 2013, en un vuelo que había partido de Colombia, vía Panamá. Y se fue derecho para Neuquén.
Siempre usó su verdadera identidad, pero estaba preocupado porque sabía que en cualquier momento la Justicia de su país pediría su captura internacional. Esto ocurrió el 13 de junio pasado.
Pocos días después de oficializada su captura, Grajales Hoyos cayó en la ciudad de Neuquén en el medio de un operativo que tuvo mucho de buen trabajo de campo policial y algo de suerte.
El camino de “Sebitas” se cruzó con el de los policías de la Delegación de la Policía Federal en Neuquén a raíz de una causa iniciada el 4 de abril de 2014 en el juzgado federal N° 2 de esa ciudad, a cargo de Gustavo Villanueva.
Por entonces se recibió el dato de que en una despensa de la calle Bahía Blanca, en el barrio Belgrano, se vendía cocaína. Esto dio pie a seguimientos y una vigilancia en la que, en apenas dos horas, se fotografió a 27 clientes entrando al local sin que ninguno saliera de él con víveres.
La cosa comenzó a complicarse en mayo, cuando los federales asignados a la investigación vieron llegar al comercio un Daewo Matiz del que se bajó un hombre. Con acento caribeño, éste les recriminó a los encargados de la despensa: “Los números no están dando”.
Los federales siguieron al Daewo hasta otro domicilio, donde se repitió la misma escena. El hombre del Daewo se detuvo en una casa de la calle Winter al 500, donde recogió dinero.
En junio la investigación ya estaba madura. Por eso, el día 16, por orden del juez Villanueva se allanó la despensa de la calle Bahía Blanca, donde efectivamente funcionaba un kiosco de drogas.
Tres argentinos fueron detenidos. En la casa de la calle Winter, en tanto, se arrestó a otro argentino que manejaba un segundo kiosco.
Ese mismo día también se detuvo al hombre del Daewo. Resultó ser un colombiano de 46 años que aportó un tercer domicilio, sobre la calle Merlo al 100. Allí todo se puso aún más interesante. En el lugar estaban durmiendo tres colombianos más. Entre ellos, Johan Sebastian Grajales Hoyos.
El joven se presentó como “prestamista” y sus acompañantes, como “cobradores”. “Hacemos la diaria”, explicaron, refiriéndose a un sistema de préstamos en negro cuyas cuotas –con fuertes intereses– se cobran diariamente. Tal como él temía, “Sebitas” no pudo zafar con esa explicación. Su foto y sus huellas digitales ya estaban dando la vuelta al mundo bajo la leyenda “prófugo buscado”.
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