El hombre estacionó su vehículo en una de las calles laterales de la concurrida avenida Hipólito Yrigoyen un sábado por la noche. Luego, y junto a su familia, el conductor se dirigió a uno de los tantos restaurantes de la zona no sin antes percatarse si las puertas del automóvil estaban bien seguras.
Dos horas y media después cuando retornaron al vehículo quedaron espantados: alguien, un vándalo, un delincuente le había rayado el capot y ambas puertas delanteras utilizando un elemento punzante.
El vehículo, sacado recientemente de la agencia, había quedado “marcado inexorablemente para siempre”. Pocos días antes otro conductor sufrió un ataque similar en las cercanías de la ANSES y este accionar de vandalismo siguen ocasionando problemas a los propietarios de automóviles, especialmente los que se consideran nuevos.
Del mismo modo como sucedió cuando surgieron los “quema coches”, esta vez los delincuentes apelan a una maniobra que sorprende por ser actos vandálicos sin razón alguna y que tiene un alto costo de reparación para su propietario.
Es indudable que un sector de nuestra sociedad está enfermo. No queda otra reflexión. ¿Y por qué sucede esto?, porque los marginales advierten que la justicia es muy benévola con ellos, que si son detenidos la policía deben tratarlos como pétalos de rosas, que ellos tienen derecho de insultar a esos uniformados en la misma comisaría, que exigen y reclaman a sus abogados se hagan presentes de inmediato, e incluso causar disturbios y roturas de vidrios y mobiliario que son del Estado.
Luego se irán en libertad con sus abogados. Alguien deberá hacerse responsable de darle un corte al vandalismo.
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